lunes, 16 de noviembre de 2009

¿OTRO BULACIO?


Rubén Carballo tiene 17 años y está luchando por su vida debido a las graves lesiones sufridas en el recital que Viejas Locas brindó el sábado en el estadio de Vélez.
Los disturbios comenzaron cuando un grupo de jóvenes intentó ingresar al estadio sin entradas, desencadenando una violenta represión policial, que terminó con unos 40 detenidos y cerca de 30 heridos. Aún se está investigando que fue lo que le produjo a Rubén la fractura de cráneo y lesiones en uno de sus hombros. La policía sostiene que el chico cayó de un muro que quiso saltar para “colarse”, sin embargo, familiares y amigos afirman que Rubén tiene heridas de balas de goma y además tenía su entrada, por lo que resulta prácticamente imposible que haya querido colarse. Por otra parte, los ocho amigos que se encontraban con él piden que se investigue a fondo el caso porque la policía “actuó desmedidamente” y posiblemente hayan sido los uniformados los que lo golpearon.
La intervención policial ha generado controversias y diferentes puntos de vista. Si bien es cierto que la irracionalidad de los que quisieron ingresar sin entrada y los que siempre generan disturbios fueron factores más que importantes para desencadenar incidentes de tal magnitud, la policía y los organizadores se llevan la mayor parte de la responsabilidad. Tanto los efectivos policiales como las autoridades a cargo de la organización saben de antemano que es factible que se produzcan este tipo de situaciones en un recital de estas características, pero no hicieron nada para evitarlas. No puede felicitarse a la policía por esta brutal represión porque todos sabemos que en este tipo de hechos existen pequeños grupos que provocan disturbios y se reprime a todos por igual, sin importar que sean hombres, mujeres o chicos.
Mientras se discute quien tiene mayor o menor responsabilidad, la familia de Rubén está pidiéndole a Dios un milagro, y la sociedad exige que éste no sea un nuevo caso impune como el de Walter Bulacio, asesinado por agentes policiales en abril de 1991, durante un recital de Los Redondos.

jueves, 12 de noviembre de 2009

ALMORZANDO CON MIRTHA LEGRAND


La señora Mirtha Legrand convocó en su programa de televisión a una marcha en reclamo de seguridad. Ese programa representa quizás la imagen más paradójica de la TV argentina, donde una millonaria, ostentando alhajas y almorzando en vajilla de plata, habla sin tapujos sobre pobreza y marginalidad. No es casual que a los reclamos de Legrand se hayan sumado Susana Gimenez y Macelo Tinelli, exigiendo medidas urgentes a un problema que desde hace décadas demanda medidas de fondo.
Teniendo en cuenta la repercusión pública que tiene la opinión de estos personajes, los medios de comunicación quizás incurren en un error al difundir recurrentemente sus conceptos sobre seguridad y exclusión, en lugar de citar a analistas especializados en esos temas. Esto no significa que su opinión no valga como la de cualquier ciudadano, sino que de parte de los comunicadores, debería tratarse el tema más a fondo para intentar solucionar los problemas de raíz y no llegar a medidas conformistas para ciertos sectores, que no servirían demasiado para terminar con la inseguridad.
“Los que estamos en la televisión nos tenemos que ocupar de este tema, no nos tenemos que hacer los tontos y mirar para otro lado”, dijo Mirtha Legrand refiriéndose a la inseguridad. Es una pena que recién ahora utilice el poder que la televisión le confiere y no lo haya hecho hace 30 años, cuando un gobierno torturaba y asesinaba a miles de personas, ni durante la década del `90, cuando se instauró definitivamente este modelo de exclusión, década en la que también fueron avasallados de todas las maneras posibles los derechos de los trabajadores.
Generalmente, los medios reproducen la ira fascista de algunos sectores poderosos, pero no dan lugar a expresarse a aquellos sectores sociales que también son golpeados por la inseguridad: La inseguridad de no tener trabajo, no tener techo, no tener educación. Esa es la inseguridad que hay que combatir, que es la que da origen a esta otra, la que vemos diariamente en la calle.